jueves, 6 de octubre de 2011

Zamora...



La Iglesia de Santa Maria la Nueva se encuentra cerrada con motivo de la ultima fase de su restauración lo que nos da pie a contar una de las mas conocidas leyendas de Zamora….” El Motín de la Trucha” una historia de nobles y plebeyos, en la que la Iglesia de San Román paso a ser Santa Maria la Nueva.

Siglo XII, Benito el Pellitero, hombre honesto, y de limpia conciencia ofrecía el liderazgo en la defensa del pueblo. Comparte vida con su hijo, Pedro, tienen un pequeño negocio de pieles en lo alto de la calle Balborraz. Pedro, enamorado de una joven hidalga, oye, no sin recelo, el consejo de su padre de abandonar su empeño ya que esta joven hidalga es hija de D. Gómez Álvarez de Vizcaya, arrogante y poderoso señor que menosprecia a los plebeyos.

Una de las injusticias que el pueblo no había podido vencer era el hecho de que los criados de los nobles pudiesen comprar en ausencia de plebeyos, hasta que sonaba la campana a las 09:00h dando paso al resto del pueblo para comprar aquello que no querían los nobles.

Un frío día de enero Pedro, el hijo del Pellitero, esperaba junto a la plaza del mercado la señal para poder hacer sus compras. Cuando suena la campana una multitud de gente se abalanza por los puestos de la plaza. Pedro se dirige al puesto de su amigo pescador, el cual le ofrece una magnifica trucha sanabresa, que como un milagro había pasado desapercibida ante los nobles. En este momento aparece el criado de D. Gómez Álvarez de Vizcaya exigiendo con soberbia la trucha para su amo. Comienza una discusión en la que además de reclamar la trucha el criado se mofa de Pedro por pretender el amor su ama hija de D Gómez. Ante la humillación, Pedro pierde la razón y tras un forcejeo clava su daga en el corazón del criado. La multitud lejos de asustarse se entusiasma ya que hasta ahora nadie se había atrevido a poner justicia ante los atropellos de los nobles. Entre vítores cogen a hombros al joven Pedro que no sale de su asombro.

Al tener constancia del atropello D. Gómez dio cuenta a la Justicia Mayor y pidió venganza. Pedro el Pellitero y los que lo vitoreaban fueron arrestados.

Al día siguiente en la Iglesia de San Román estaba todo preparado para celebrar el consejo de los hidalgos, a las 12 en punto comenzó, presidida por D. Ponce Cabrera, hijo del secretario de Fernando II de Leon. “Muerte y escarmiento” clamor unánime de los nobles ante la afrenta de los plebeyos. Querían cortar todos los derechos que el fuero del rey les había otorgado.

Ante las decisiones del Consejo el pueblo indignado rodea la iglesia, mientras que en el interior los nobles armados se proponen aplastar el levantamiento. Al grito unánime de “¡Quemadlos dentro!” el pueblo corre a la Plaza la Leña y acarrea tanta que el templo arde por completo, derrumbándose y aplastando en su interior a cuantos allí estaban. Solo Ponce de Cabrera consigue huir con espada en mano lo que no impide que el pueblo le de muerte. Su cuerpo yace en un sepulcro olvidado de la catedral.

A la vez prenden fuego a la cárcel que estaba en la misma plaza dando libertad a los que habían sido arrestados injustamente por los nobles. En medio del fuego y la destrucción la Sagrada Hostia abandona la custodia por una grieta, cerca del púlpito, y volando por el aire se refugia en la Capilla de las Dueñas, a escasos metros de la capilla devastada. Las Dueñas era un grupo de viudas, que habían decidido ser religiosas, vivir en comunidad y practicar la asistencia a los desfavorecidos.

Pasado el alborozo el Pueblo ante las represalias de los nobles de otras ciudades, deciden abandonar la ciudad hacia tierras portuguesas por Ricobayo.
Antes de cruzar el Duero para entrar en Portugal deciden enviar una comitiva a Leon para pedir clemencia al Rey. Si este la acepta volverían sino repoblarían el país vecino. Fernando II ante el temor a un despoblamiento de la ciudad, perdona a los rebeldes imponiendo dos condiciones: reedificar la iglesia a su costa y acudir a su santidad el Papa Alejandro III para que les impusiese penitencia. En cuanto regresaron los rebeldes comenzaron a reconstruir la iglesia que habiéndola dedicado a la virgen la empezaron a llamar Santa Maria la Nueva.
La penitencia impuesta por el Papa fue hacer para el Altar Mayor un frontal o retablo que llevara de plata cien marcos, ciento dieciséis piedras preciosas, y cien ducados de oro para dorar toda su obra. Un siglo después la obra vio la luz, primero como pináculo de San Salvador y, más tarde convertida en Custodia procesional del Corpus.

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